Ya estamos muertos by Charlie Huston

Ya estamos muertos by Charlie Huston

autor:Charlie Huston [Huston, Charlie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-26T16:00:00+00:00


* * *

—¿Dónde está la niña, Philip?

—Yo no…

—¿Dónde?

—Yo no…

—Phil, no cometas la idiotez de pensar que me voy a cortar contigo, porque, en el mejor de los casos, me caes gordo, y ahora mismo me estás jodiendo. Tengo un buen cabreo y mucha, mucha hambre. ¿Dónde está la niña?

—Yo no…

Le relleno la boca con el peluquín de Dobbs.

—Hummm, hummm.

Abro con el pulgar la navaja automática que acabo de sacarme del bolsillo trasero del pantalón.

—Voy a hacerlo al estilo de la vieja escuela, Phil. Te perforo una arteria y aplico la boca al agujero. Es como la espita de un barril de cerveza.

La boca se me está haciendo agua, y aunque no me gusta chupar inmundicias como Philip, es tanta el hambre que empiezo a considerarlo seriamente.

—O te balanceo en el aire desde el tejado, y si me disgustan tus respuestas, pues te dejo caer para que te limpie de la acera el primer carroñero que pase. ¿Captas la imagen, Phil?

—Yommm, hummm.

—Entonces, ¿dónde está la chica?

Lo libero del ya viscoso peluquín.

—Te lo juro, Joe, te lo juro.

Intento volver a introducirle el peluquín.

—¡No! Yommm, jurmm.

Aprieta los labios para que no pueda introducírselo del todo.

—Nommm, nadiemm, dijmm, niñmmm.

Lo saco de un tirón.

—¿Que te dijeron qué?

—¡Que no dijeron nada de una niña!

—¿Y qué dijeron, Phil?

—Pues nada, que echara un vistazo por ahí, nada más.

—¿Quién, Phil?

—Yo no…

—¿Predo?

Salta como si le hubieran puesto un cohete en el culo.

—Bien, Phil, me lo imaginaba.

Mientras Philip se viste, examino el resto del despacho sin encontrar nada interesante. Dobbs era un veterano que probablemente tuvo sus mejores años por la época en la que yo andaba liado con Terry y la Sociedad. Había oído hablar de él como se oye hablar de la gente que sigue líneas de trabajo parecidas. Más que otra cosa, era un rastreador de los de toda la vida y un fisgón de ventana que no se metía en terrenos escabrosos; apretaba las clavijas a un tío, cobraba una deuda, cosas así. No hay motivo para pensar que supiera mucho de este asunto, pero tampoco para que los Horde lo contrataran a él y no a otro. La cosa avanza cuando resulta que no encuentro en su archivador ni una sola ficha de los Horde. Por muy de la vieja escuela que fuera Dobbs, de la pared sobresale una línea telefónica extra que no está unida a ningún aparato y dentro del armario hay una funda de portátil vacía. Imagino que el estrangulador se llevó el ordenador por si la ficha estaba en el disco duro, además de todas las copias en papel que encontró en el armario. En cambio, el muy idiota o se olvidó de la tarjeta o desconocía su existencia.

—Phil.

Asoma la cabeza por el cuarto de baño, donde ha vuelto para atusarse el Pompadour.

—¿Sí?

—¿Qué dices si te invito a una copa?



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